Por Elena Negre
“And never I have felt so deeply at one and the same time so detached
from myself and so present in the world” Albert Camus.
“Y nunca había sido tan consciente de mí
mismo y al mismo tiempo tan alejado, y tan presente en el mundo” Esa sería
más o menos la traducción de la cita con la que da comienzo El Profesor, la
última película de Tom Kaye, que cuenta con la actuación magistral de Adrian
Brody, respaldado por grandes secundarios que brillan con luz propia.
Si el trabajo
del reparto es intachable, el del equipo técnico no se queda atrás;
realización, guion, fotografía, montaje… Tony Kaye ha coordinado una orquesta
de profesionales completamente afinada, creando una obra maestra.
La historia ni
es nueva; un profesor con una vida vacía llega a un instituto lleno de chicos
problemáticos, y de una manera u otra, la experiencia cambia su percepción de
la realidad. Es un tema que se ha repetido a lo largo de la historia del cine,
sin embargo, el enfoque es completamente distinto, menos esperanzador, más
dramático, más próximo a la realidad.
La película se
centra en un profesor, en todos los profesores; su drama vital, sus ambiciones,
sus limitaciones, y no tanto en el impacto que tienen sobre los alumnos, aunque
evidentemente, no es un tema que pueda obviarse. Una cita de la película que
define perfectamente la esencia de la labor de los docentes: “Algunos de
nosotros todavía creemos que podemos cambiar las cosas.”
Es una película
que hacía falta; una película que se centrara en la parte más humana de los
profesores, en sus debilidades, sus frustraciones, sus ilusiones… que valorara
la dificultad de su trabajo, su vocación, en un mundo en el que el papel de los
maestros está cada vez más infravalorado, todo ello tratado con una ternura que
no deja de recordarnos que, al final, no son más que personas tratando de
desenvolverse en el mundo.
No va a hacer
reír. Puede que ni siquiera sonreír. Seguramente no hará llorar. Pero desde
luego, no deja indiferente, sino que siembra una semilla de angustia, de
desolación, que hace que tomemos conciencia de lo indiferentes que nos volvemos
frente al día a día.